Autoritarismo

Autoritarismo, en las relaciones sociales, es una modalidad del ejercicio de la autoridad que impone la voluntad de quien ejerce el poder en ausencia de un consenso construido de forma participativa, originando un orden social opresivo y carente de libertad y autonomía. La sociedad preindustrial está marcada por la imposición de una fuerte autoridad y jerarquía en todos los órdenes (religioso, político, económico, etc.), con una indiscutida autoridad masculina y paterna dentro de la familia (patriarcado, paternalismo, machismo), frente a los grados cada vez mayores de libertad y autonomía propios de la sociedad industrial y la sociedad postindustrial. En el contexto psicológico individual, pero también social, se define la personalidad autoritaria. En educación, se define la pedagogía autoritaria, tradicional, frente a la pedagogía progresista.

 

En ciencia política el concepto de «autoritarismo» no tiene una definición unívoca, lo que permite identificar como autoritarias muchas y muy diferentes ideologías, movimientos y regímenes políticos. Algunas definiciones lexicográficas son simplistas («sistema fundado primariamente en el principio de autoridad» -es decir, que no admite crítica-) o se hacen por acumulación de términos que, si bien pueden entenderse como relacionados, no son estrictamente sinónimos («la doctrina política que aboga por el principio del gobierno absoluto: absolutismo, autocracia, despotismo, dictadura, totalitarismo»). Otras se centran en cuestiones como «la concentración de poder en manos de un líder o una pequeña élite que no es constitucionalmente responsable ante el cuerpo social», el «ejercicio arbitrario del poder sin consideración de otros cuerpos» que puedan limitarles (separación de poderes), y la inexistencia de mecanismos que permitan una efectiva alternancia en el poder, como las elecciones libres multipartidistas.

 

La utilización del concepto «totalitarismo» para las ideologías, movimientos y regímenes políticos del periodo de entreguerras (fascismos italiano y alemán -nazismo- y comunismo soviético o estalinismo) se basaba en su negación de cualquier tipo de discrepancia u oposición (llegando, en casos extremos, al exterminio físico del oponente o del «diferente»). Tal definición extrema de ideologías, movimientos y regímenes totalitarios los diferencia de otro tipo de posiciones políticas que, siendo también opuestas a la democracia liberal y al reconocimiento de derechos, especialmente desde la derecha política tradicional del siglo XIX, lo hacían de una forma al menos ligeramente más moderada, o no tan radical; como el moderantismo, el conservadurismo, el tradicionalismo o el militarismo. Como intento de diferenciación, está muy extendida la propuesta de Juan J. Linz de distinguir entre régimen autoritario y régimen totalitario al admitir el autoritarismo un pluralismo político limitado y no representativo, y evitar el recurso a la movilización de masas propia del totalitarismo. Hasta cierto punto, una distinción paralela es la que hace Hugh Trevor-Roper entre fascismo y fascismo clerical. La existencia o no de un «autoritarismo de izquierdas» es también objeto de debate.

 

Autoritarismo, partido único y voluntad general

 

La identificación del Estado con «el partido», en ausencia de otro posible partido político, es más bien una característica propia de los regímenes totalitarios que de los autoritarios, pero sí es propio del autoritarismo la negación de legitimidad a cualquier forma de expresar los intereses individuales o de grupo que no coincida con los intereses generales tal como se entienden defendidos por la autoridad, que pretende ejercerla de forma paternalista en beneficio de todos, incluso de los que son castigados «por su bien».

 

En realidad, la identificación y gestión de la voluntad general, así como la atribución de la soberanía, son asuntos, cruciales en las doctrinas políticas contemporáneas, que textos clásicos como el de Rousseau (El contrato social, 1762) no dejaron resueltos. Tanto los defensores de la libertad o de la democracia como los del totalitarismo o del autoritarismo pueden reclamar ser herederos intelectuales de Rousseau. Tal cosa se comprobó tempranamente, con la experiencia revolucionaria francesa de 1789 y el Terror.

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