Economía de la Alemania Nazi

La economía de la Alemania nazi estuvo dominada en sus inicios por una grave crisis. La destrucción de la Primera Guerra Mundial y el subsecuente Tratado de Versalles con su imposición de reparaciones de guerra llevaron a una década de problemas económicos, como la hiperinflación de inicios de los años 1920. Tras el Crac del 29, la economía alemana, al igual que las economías de otros países occidentales, sufrió los efectos de la Gran Depresión con tasas de desempleo alarmantes.

 

Al momento de la toma del poder de Hitler en 1933, la economía se convirtió en un elemento crucial para la consolidación del poder nazi. En 1934, el ministro de Economía Hjalmar Schacht desarrolló una política de gasto, especialmente, destinado a obras públicas, como la construcción de autopistas. Asimismo, redujo el déficit presupuestario y luchó contra la inflación por medio de los denominados «bonos Mefo», una circulación monetaria paralela, con los cuales el Estado pagaba a las empresas. Este sistema sirvió para financiar el rearme con solo un millón de Reichsmarks de capital. Marcada por un fuerte intervencionismo, una política de obras públicas y de desarrollo del sector industrial militar, la economía se empezó a recuperar. Para 1938, el desempleo había desaparecido e incluso faltaban trabajadores para cubrir los puestos de trabajo disponibles. A pesar del aparente éxito, el gasto acometido por Hitler fue mayor que el crecimiento económico, por lo que la deuda pública aumentó. Si bien se promovió la autarquía, Alemania no poseía todas las materias primas que necesitaba, por lo que las importaciones se mantuvieron tan altas como antes.

 

La Segunda Guerra Mundial y el inicio de una economía de guerra condujo a Alemania a un período de privaciones y de destrucción, a pesar de haber absorbido las estructuras económicas e industriales de los territorios europeos ocupados y la explotación de la fuerza de trabajo de los deportados. El fin del Tercer Reich dejó a Alemania en una situación de colapso económico e hiperinflación, que pasó a estar bajo la dirección de las fuerzas de ocupación aliadas.

 

Economía política

 

Al principio de su carrera política, Adolf Hitler consideraba que los asuntos económicos eran relativamente poco importantes. En 1922, Hitler afirmó que «la historia mundial nos enseña que ningún pueblo se ha convertido en grande a través de su economía, pero un pueblo puede perecer por ella» y, más tarde, concluyó que «la economía es algo de importancia secundaria». Hitler y los nazis tenían una concepción muy idealista de la historia, la cual sostenía que los acontecimientos humanos son guiados por un pequeño número de individuos excepcionales que siguen un ideal más alto. Creían que todas las preocupaciones económicas, al ser puramente materiales, no merecían su consideración. Hitler incluso llegó a culpar a todos los gobiernos alemanes previos desde Bismarck por haber «subyugado la nación al materialismo» al incidir más en el desarrollo económico que en la expansión por medio de la guerra.

 

Por estas razones, los nazis nunca tuvieron un programa económico claramente definido. El «Programa de 25 puntos» del Partido, adoptado en 1920, mencionaba varias demandas económicas, que incluían la «supresión de todos los ingresos no generados por trabajo», «la confiscación implacable de todos los beneficios de guerra», «la nacionalización de todos los negocios que se han formado en empresas», «la participación de los beneficios en las grandes empresas», «el amplio desarrollo de seguros para la vejez» y una «reforma agraria adecuada a nuestras necesidades nacionales»; sin embargo, ha sido cuestionado el grado en que los nazis apoyaron este programa en años posteriores. En los años 1920, se realizaron varios intentos por cambiar el programa o reemplazarlo por completo. Así, en 1924, Gottfried Feder propuso un nuevo programa de 39 puntos que mantenía algunos, reemplazaba otros y añadía muchos puntos completamente nuevos. Hitler se negó a permitir cualquier discusión del programa después de 1925, aparentemente, debido a que no era necesaria ninguna discusión puesto que el programa era «inviolable» y no necesitaba ningún cambio. Al mismo tiempo, Hitler nunca expresó apoyo público por el programa y muchos historiadores sostienen que, en privado, se oponía a él. Hitler no mencionó ninguno de los puntos del programa en su libro Mein Kampf y solo hablaba de él de paso como «el denominado programa del movimiento».

 

La visión de Hitler sobre la economía, más allá de su previa creencia de que la economía era de importancia secundaria, es debatida. Por una parte, en uno de sus discursos, proclamó que «somos socialistas, somos enemigos del actual sistema económico capitalista»; pero fue claro en destacar que su interpretación del socialismo «no tenía nada que ver con el socialismo marxista», ya que «el marxismo está en contra de la propiedad; el verdadero socialismo no lo está». Posteriormente, Hitler dijo «¡Socialismo! Es una palabra por completo desafortunada […] ¿Qué significa realmente socialismo? Si la gente tiene algo que comer y sus placeres, entonces tienen su socialismo». En privado, Hitler afirmó que «insisto absolutamente en proteger la propiedad privada […] debemos promover la iniciativa privada». En otra ocasión, dijo que el gobierno debía tener el poder para regular el uso de la propiedad privada para el bien de la nación. Hitler creía que la falta de un programa económico preciso era una de las fortalezas del Partido nazi, al sostener que «la característica básica de nuestra teoría económica es que no tenemos ninguna teoría». Si bien no adoptó una corriente económica específica, Hitler empleó temas antisemitas para atacar los sistemas económicos de otros países, al asociar a los judíos tanto con el comunismo (bolcheviques judíos) como con el capitalismo, a los cuales se opuso por igual. Hitler también pensaba que los individuos dentro de una nación luchan entre sí por la supervivencia y tal competencia despiadada es buena para la salud de la nación, ya que promueve a los «individuos superiores» a las posiciones más altas en la sociedad.